El juego de la vida, vivir despacio o morir deprisa

17.09.2016 08:00

Se podría decir que la vida es como un juego de aventuras. En en ella tienes una misión a seguir, unas pruebas y experiencias que pasar para ir avanzando niveles hasta llegar al final del juego. Lo que sucede es que no sabemos cuántos niveles hay que pasar para conseguir el premio; tal vez ese sea un aliciente más para la emoción de la partida.

El inconveniente es que, en este juego, solamente tenemos una vida, por lo que hay que ir con sumo cuidado a la hora de avanzar en cada nivel.  

La ventaja es que, en la mayoría de los casos, disponemos de bastantes opciones de pequeñas recargas o regeneraciones celulares pero, a pesar de eso, es importante tener en cuenta que estas células tienen una duración máxima, por lo que cuanto más las utilicemos más se desgastan y más rápido desaparecen: oxidación celular o estrés celular.

Además, para hacerlo algo más difícil, resulta que a medida que avanza el juego esta capacidad de regeneración va disminuyendo, por lo que las recargas son limitadas.

Llegados a este punto, el sentido común, que es una capacidad que se tiene en este juego pero que muchos no saben dónde está el botón en el mando o se acuerdan poco de utilizarlo, nos dice que deberíamos de avanzar más despacio y no acelerar el tiempo de vida de esas células, así no las oxidaríamos tan rápidamente, no se estresarían y podríamos llegar al final de la partida con más posibilidades de regeneración o más recargas.

Por lo tanto, si vivimos más despacio -o como cantó alguien una vez, “paseando por la vida”- el proceso natural de vida será mucho más óptimo y duradero, pero si avanzamos más deprisa, es obvio que será mucho más fácil de llegar antes al final del camino y, a veces, corriendo el riesgo de tropezarnos en él.

Entonces… ¿Cuántas recargas te quedan?

Aportación de...

Isidre Vigara